“Más de un filosófo peripatetico
podrá haber advertido que la naturaleza establece, de su propia e indiscutible
autoridad, ciertos límites y vallados para circunscribir el disgusto humano, y
ha ejecutado su plan de la manera más sencilla, imponiendo al hombre la
obligación, casi insuperable de procurarse el sustento y de aguantar los
reveses de la fortuna dentro de su patria. Sólo allí proporciona la naturaleza
al hombre aquellos objetos acomodados a compartir su felicidad o a ayudarle con
el peso de esa desgracia que en todos los tiempos y lugares ha parecido
excesiva para un par de brazos. Verdad es que también estamos dotados de
ciertas facultad restringida que nos permite expandir nuestra felicidad más
allá de sus límites. Pero el desconocimiento de las lenguas, la falta de
relaciones y dependencias, la diversidad de la educación, hábitos y costumbres,
a tal punto nos impiden comunicar nuestras sensaciones fuera de nuestro mundo
habitual, que a veces aquel don queda reducido a la más completa impotencia.”
Intrínsicamente rodeado de una
constante y pesada realidad se nos presenta esta serie de acciones, capaces por
sí mismas de delimitar toda nuestra más cobarde e ilusa idea de realidad, aquella
que sin duda alguna se podría llegar a definir exclusivamente como humanidad. Ideología esta que sólo a
partir de mañanas se levanta, dejando
completamente de lado el ahora que nos
acompaña, momentos creados solamente en base a palabras, sonidos que esta vez
sólos en el vacio se callan, por culpa de aquella sustentabilidad que sóla se
sustenta, sin tener más fin que en ella; egoísta esta máquina que de trabajo se
alimenta, jugando con aquellas únicas
horas, que ni la naturaleza misma recupera.
Mañanas que no son más que el reflejo de una falta, aquella falta
de vida que dentro de nuestro ahora, junto a nuestras almas camina, como así lo
explica Laurence Sterne a través de los motivos por el cuál el mundo entero,
siempre en todo momento a través de una determinada impotencia transita ¿Casualidad o causalidad?¿mala dicha o destino?
Impotencia esta que como pocas, a
nuestro corazón es a quien más debilita, siendo así como de a poco, cada vez
más lo marchita, mientras tanto, nuestra realidad crece de manera aburrida y
repetitiva, volviéndose hasta en los peores de los casos inclusive, elegida.
Sensaciones reprimidas, las
cuales todas y cada una de ellas fueron previamente látidas y por ese mismo
corazón sentidas, ese al cuál, desde pequeño, se le enseña que cada instante
real requiere de ciertos modos y maneras. ¡Falsas interpretaciones aquellas! ..que
como modales han sido impuestas, categorizadas hasta de morales para poder ser
considerada correctas.. despreciable aquella manera de ser, que no es más que
generada en base a la impotencia..
Y es justo ahí donde Sterne nos
muestra, aquella vida que juega con nuestra existencia, donde a cada sensación
a todo momento se acepta, siendo así como él en su vida hace presencia, enfocado siempre desde su primera persona, es
como él nunca se equívoca. Gran maestro
de la ambigüedad, équivoco y siempre bajo su voluntad, es como es su propia
forma de cantar, aquella cuál como lo dice y describe en su libro, lo hizó
viajar, y como también lo caracteriza, no te deja cansar, ya que a través dela
ironía de su fantasía, él siendo monje, te da su propia visión sobre la moral
en la vida, particular visión esta para la época que lo revestía.
Y es así, como en este momento a
través de simples juegos de letras, nuestro ahora queda completamente
descubierto, ese ahora, aquel cuál, no somos más que nosotros mismos los únicos
que lo conocemos. Sensaciones que dentro
de nuestro fuero interno viven, que nos mantienen y que a cada segundo nos
reviven, junto a esa nobleza que sólo se
haya con locura, en este caso sincera y benévola, muy benévola, de esas que simplemente
te llevan.
“La pulsación de mis venas hasta la punta de
mis dedos, que estrechaban lo suyos, le dijo, sin duda, lo que me pasaba; bajó
los ojos, y hubo un breve silencio”
Laurence Sterne “Viaje Sentimental” 1768.
Manrique Cristian.-
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